sábado, 29 de junio de 2013

Las ilusiones





Hojas del árbol caídas,
juguetes del viento son.
Las ilusiones perdidas,
son hojas desprendidas,
del árbol del corazón.

Cuantas veces habremos recibido, leído y, tal vez, enviado estos versos a alguien.  Lo era muy común en nuestra etapa de colegio. Del autor de éstos, no tengo recuerdo de su  nombre, en verdad nunca lo he sabido; ojalá que en algún recodo de la Internet, un alma bondadosa haya subido ese dato. Los  poetas tienen la libertad de darle otro valor a las palabras, otro sentido; las hacen vivir y actuar dentro del desarrollo del verso.  Ayer, de vuelta a casa, el ambiente estaba tibio, había  dejado de llover y una ráfaga de remolinado viento comenzó a levantar a duras penas las húmedas hojas del parque. Eran las últimas, las rezagadas del ya ido otoño; de las curiosas que quisieron permanecer más tiempo asidas de alguna alta rama de los viejos encinos. Para ver quizá, las primeras nieves de la cordillera   o dejarse llevar, por última vez, por el húmedo viento de invierno.  Las amarillentas hojas,  las doradas hojas, comenzaron a revolotear por todas partes, a levantarse como mariposas sin alas, a elevarse cual volantín libre de ataduras de hilo, para  luego,  caer sobre los techos, al borde del camino; o  aquellas, volver a quedar tomadas de una que otra  rama. Otras como las de la foto, se parapetaron tras un arbusto, las ruedas de un auto o un tarro de basura. En este escenario y luego de tomar la foto, me vinieron a la memoria los versos que comparto.  Ambas situaciones las considero relacionadas con el evento de este fin de semana.
La Ilusión, es lo último que se debe perder, y aunque como primeros sinónimos tiene los términos Sueño, Delirio, Quimera; como primera acepción (sentido o significado), contempla los términos Esperanza, Confianza. Para que la Ilusión pase a ser una Esperanza sólo queda un solo paso. Tomar conciencia de que las cosas pueden cambiar, y para que ocurra que la Esperanza sea una realidad se debe  Actuar. Hacer uso del derecho del cual muchos luchamos en diferentes frentes por recuperar: La libertad de opinar, el derecho a discrepar, la reinstauración (abruptamente sesgada) de la Democracia, y por ende con el invaluable derecho a voto.  Muchos dirán que son los mismos de siempre, que están coludidos entre ellos, que  la  Democracia funciona hasta por “ahí no más” y que por último, quien salga igual tendré que trabajar al día siguiente. No dejan de tener en parte razón pero, la solución no está en quedarse en lo dicho, está en hacer uso del lapidario derecho a voto. El derecho que puede cortar de raíz la mala hierba que aún crece entre el maduro trigo. Dentro de todos y todas hay algunas luces de  Esperanza por los cambios. Tenemos una nueva oportunidad, no la perdamos, hagamos uso de ella, demos una nueva oportunidad. No nos dejemos adormecer por la enfermedad del consumismo (el sistema funciona por nuestra enfermedad).Por el temor a qué pueda pasar si exijo cambios; no al sistema de las frases del pasado: “ya nadie se come las guaguas” (y nunca lo hubo). No a la conformidad de un miserable bono, en vez de crear políticas de Estado que permitan vivir con dignidad.  No a que es imposible modificar la Constitución, no a creer que no pueda haber un mejor sistema de salud, una educación más igualitaria y de calidad (¿acaso no la hubo?). Un sueldo más merecido para todos, conforme sus responsabilidades  y en especial, más digno para  la base de la sociedad, la que sustenta el andamiaje social. Sólo por mencionar algunos, el obrero de la construcción, de la industria, el esforzado campesino, los pescadores, los maestros rurales, los auxiliares de la lejana posta rural, el que recoge  todos los días nuestra basura, etc., etc.  No nos dejemos engañar por esas amplias sonrisas de blanco acrílico. Por los que comen, sólo por ahora, sentados en un cajón frente a una mesa de tablas, un plato de porotos con mucho  zapallo y tallarines, los que se sacan la corbata para sentirse más cerca del trabajador, los que se ponen una chupalla en el campo central y luego en el sur, un pocho tejido por nuestros hermanos Mapuches; no nos dejemos engañar por los que, no teniendo argumentos, sólo difaman al  adversario. No se olviden que “el verdugo, nunca acorta el látigo”.

Hoy, somos como ese grupo de hojas arrimadas entre la reja y el Canelo (lo del Canelo fue una hermosa coincidencia). Prontas a la espera de una nueva ráfaga de viento que las lleve a nuevos derroteros. Donde sea posible que la Esperanza sea realidad, donde sea viable  elaborar una política de justicia social, donde sean posibles las reformas necesarias que los ciudadanos están pidiendo. Esa esperanza será  posible, si todos participamos con nuestro voto; de nodo que podamos decir mañana, aunque “no veamos la tierra prometida”, que fuimos parte de los que un día ayudaron a “abrir las grandes Alamedas por donde pasará  el pueblo…”

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