Hojas del
árbol caídas,
juguetes del
viento son.
Las
ilusiones perdidas,
son hojas
desprendidas,
del árbol
del corazón.
Cuantas veces habremos recibido,
leído y, tal vez, enviado estos versos a alguien. Lo era muy común en nuestra etapa de colegio.
Del autor de éstos, no tengo recuerdo de su
nombre, en verdad nunca lo he sabido; ojalá que en algún recodo de la
Internet, un alma bondadosa haya subido ese dato. Los poetas tienen la libertad de darle otro valor
a las palabras, otro sentido; las hacen vivir y actuar dentro del desarrollo
del verso. Ayer, de vuelta a casa, el
ambiente estaba tibio, había dejado de
llover y una ráfaga de remolinado viento comenzó a levantar a duras penas las
húmedas hojas del parque. Eran las últimas, las rezagadas del ya ido otoño; de las
curiosas que quisieron permanecer más tiempo asidas de alguna alta rama de los
viejos encinos. Para ver quizá, las primeras nieves de la cordillera o
dejarse llevar, por última vez, por el húmedo viento de invierno. Las amarillentas hojas, las doradas hojas, comenzaron a revolotear por todas partes, a levantarse como mariposas sin alas, a elevarse cual
volantín libre de ataduras de hilo, para luego,
caer sobre los techos, al borde del camino; o aquellas, volver a quedar tomadas de una que otra rama. Otras como las de la foto, se
parapetaron tras un arbusto, las ruedas de un auto o un tarro de basura. En
este escenario y luego de tomar la foto, me vinieron a la memoria los versos
que comparto. Ambas situaciones las considero
relacionadas con el evento de este fin de semana.
La Ilusión, es lo último que se
debe perder, y aunque como primeros sinónimos tiene los términos Sueño,
Delirio, Quimera; como primera acepción (sentido o significado), contempla los
términos Esperanza, Confianza. Para que la Ilusión pase a ser una Esperanza
sólo queda un solo paso. Tomar conciencia de que las cosas pueden cambiar, y
para que ocurra que la Esperanza sea una realidad se debe Actuar. Hacer uso del derecho del cual muchos
luchamos en diferentes frentes por recuperar: La libertad de opinar, el derecho
a discrepar, la reinstauración (abruptamente sesgada) de la Democracia, y por
ende con el invaluable derecho a voto. Muchos
dirán que son los mismos de siempre, que están coludidos entre ellos, que la Democracia funciona hasta por “ahí no más” y
que por último, quien salga igual tendré que trabajar al día siguiente. No
dejan de tener en parte razón pero, la solución no está en quedarse en lo
dicho, está en hacer uso del lapidario derecho a voto. El derecho que puede cortar
de raíz la mala hierba que aún crece entre el maduro trigo. Dentro de todos y todas hay algunas
luces de Esperanza por los cambios. Tenemos
una nueva oportunidad, no la perdamos, hagamos uso de ella, demos una nueva
oportunidad. No nos dejemos adormecer por la enfermedad del consumismo (el
sistema funciona por nuestra enfermedad).Por el temor a qué pueda pasar si exijo
cambios; no al sistema de las frases del pasado: “ya nadie se come las guaguas”
(y nunca lo hubo). No a la conformidad de un miserable bono, en vez de crear políticas
de Estado que permitan vivir con dignidad. No a que es imposible modificar la Constitución,
no a creer que no pueda haber un mejor sistema de salud, una educación más igualitaria
y de calidad (¿acaso no la hubo?). Un sueldo más merecido para todos, conforme
sus responsabilidades y en especial, más
digno para la base de la sociedad, la
que sustenta el andamiaje social. Sólo por mencionar algunos, el obrero de la
construcción, de la industria, el esforzado campesino, los pescadores, los maestros
rurales, los auxiliares de la lejana posta rural, el que recoge todos los
días nuestra basura, etc., etc. No nos dejemos
engañar por esas amplias sonrisas de blanco acrílico. Por los que comen, sólo
por ahora, sentados en un cajón frente a una mesa de tablas, un plato de porotos
con mucho zapallo y tallarines, los que se
sacan la corbata para sentirse más cerca del trabajador, los que se ponen una
chupalla en el campo central y luego en el sur, un pocho tejido por nuestros hermanos Mapuches; no
nos dejemos engañar por los que, no teniendo argumentos, sólo difaman al adversario. No se olviden que “el verdugo,
nunca acorta el látigo”.
Hoy, somos como ese grupo de hojas
arrimadas entre la reja y el Canelo (lo del Canelo fue una hermosa coincidencia). Prontas a la espera de una nueva ráfaga de
viento que las lleve a nuevos derroteros. Donde sea posible que la Esperanza sea
realidad, donde sea viable elaborar una política
de justicia social, donde sean posibles las reformas necesarias que los ciudadanos
están pidiendo. Esa esperanza será posible,
si todos participamos con nuestro voto; de nodo que podamos decir mañana, aunque
“no veamos la tierra prometida”, que fuimos parte de los que un día ayudaron a “abrir
las grandes Alamedas por donde pasará el pueblo…”
No hay comentarios:
Publicar un comentario